Dos ojos brillando tras grandes párpados
aparecieron ante mí.
Su sonrisa y su música
invitaba constantemente a la comedia.
Me pedía una y otra vez cariño
y mis brazos, aunque extendidos,
parecían débiles frente a ella.
Hasta hace meses
no hacia más que recordar,
maldecir, huir,
se me hacia insoportable
atravesar terrible desencuentro.
Nada ni nadie podía detener
mi eterno revoloteo de fantasmas,
me encerraron, me abatieron, me agotaron.
Sentí mil mascaras estallar,
quedé sin aliento, estremecido
ante el color del mundo.
De pronto, desde el hueco más profundo,
quedé desnudo ante la mirada del otro.
Como una rama que no quiere ceder
andaba con paso firme y apacible.
Las mil imágenes se esfumaron,
el opalino de mi retina se calmó,
cedí ante su dulzura.
El sueño había terminado
y aún resonaban las heridas
con cada nueva mirada.
Me imagino tantas cosas,
me he vuelto tan austero en el amor.
Y ahora bailo como un niño,
y, es que a través del sueño
vi algo que no era mío.
Ocurre que mis actores me abandonaron,
que las palabras no fluyen,
que el pecho late,
que el sueño,
que el sueño no era mío.
Como en un pentaprisma van apareciendo caras,
sombras en cada cara,
y en su fragmentación se me devela la historia,
la historia invertida.
La realidad me impuso sus juegos,
me mostró por momentos luz,
por momentos sombras,
y es que hay momentos en los que
uno no suele percibir
más que el gris de las pupilas.
Desilusion, frustración,
todo eso y en un mismo día.
A veces, las más, me percibía
como si fuera otro.
Se derrumban las barreras de la conciencia,
se entabla un diálogo con el mundo.
Por ratos creo verme suspendido en el aire,
rotando, danzando en el espacio.
Bajo cansado, exhausto,
a veces triste, a veces alegre,
todo depende de tus ojos.
Y hoy sentí tu ternura, me colmaste de sentidos,
mis piernas no pararon de vibrar ante tu sonido.
Era sólo escucharte, era sólo mirarte,
era sólo que me escuches, era sólo que me mires.
Y de pronto, silencio.
Me quedé pensativo,
ya todo estaba digerido, todo me bastaba,
me llenaba por dentro.
Sentí el preciso momento
en que me abrazó tu luz,
cuando el cuerpo tomó forma.
El momento preciso, cuando tus líneas,
tus bordes, tu silueta,
se fundían en perfecta armonía con el espacio.
La escena era perfecta, sublime.
Vos y yo solos, nada más existía,
terminó el duelo, me dije,
y respiré aliviado.
Y ahí, en ese instante,
en ese momento de comunión
entre cuerpos, formas y sentidos,
no pude más que enfocarte,
y tomarte la foto.